lunes, 15 de agosto de 2011

EL FINAL, A MI MANERA









Habré perdido la cuenta de cuántas veces se anuncia con fanfarria incluida el final de algún estado de cosas, así por ejemplo, en la memoria reciente, todavía repica el término de las listas de espera en los hospitales, o el fin de las colas para acceder a un número que asegurara la atención de salud y hacerla más digna.  Ni hablar de los finales felices que el tiempo se encarga de enrostrarnos que los cuentos de hadas no son más que ilusiones lejanas de un recuerdo infantil.

Así las cosas, el fin del mundo, tantas veces pregonado por los enajenados de turno resulta una y otra vez  -a estas alturas- una suerte de tic folklórico “very much typical” el cual ya nadie toma en serio y es motivo de sorna generalizada.  Es que los finales son, a diferencia de lo que se pudiera creer, muchas veces impredecibles, y lo que estaba escrito a rajatabla puede desmoronarse ante nuestras narices, tal vez para recordarnos lo frágiles que somos frente a nuestra propia naturaleza.


No era la convicción que tenía Frank Sinatra cuando “La voz”  infligía ese convencimiento absoluto sobre el final (ese que se acerca ya) y pregonaba encandilado que todo fue a su manera.  Bien por el talento arriba del escenario.

El problema radica que los escenarios son más que variados y los finales que emergen dan para todo tipo de imaginaciones, algunas más objetivas que otras, porque esto de ponerle fin a las cosas libera desde endorfinas hasta traumas sicóticos y la historia (hasta la más reciente) nos lo recuerda a cada instante:   Cómo olvidar la Copa América, donde -según la tele- íbamos a ser campeones.

Hace unos días, el Presidente del Banco Mundial  -Robert Soellick- le puso fin a las expectativas de tranquilidad gubernamental de los llamados países desarrollados, al asegurar que éstos “agotaron su espacio fiscal”, es decir, que se les acaba el estatus de opulencia y deberán como el resto del mundo ajustarse el cinturón, reducir el gasto público porque la plata ya no alcanza para cubrir la demanda social, y el Estado no puede seguir endeudándose.   Ese final, es el mismo que se escucha, desde hace décadas en la mayoría de los países en vías (eternas) de desarrollo, por lo que por estos lados ya casi no es un final, sino más bien una agonía radical del modelo que ellos mismos han impulsado, y que a estas alturas queda meridianamente claro que también se desmorona y ya es más que urgente uno nuevo.

Claro que este final, a diferencia de los finales chilenos, pareciera menos demagógico que las promesas de campaña, y de los gobiernos de turno que ni colorados se ponen cuando con ligereza de cuerpo y oratoria vaticinan el fin de la pobreza, el fin de los campamentos, el final de las puertas giratorias o el fin de la delincuencia, como si el arte del vaticinio fuera un ministerio más de nuestra maltratada vida republicana.

Pero algunos finales son más certeros, y  -el colofón- ya sea por esto de las levaduras, por la fermentación, la madurez o por su propio peso (o sea porque se pudrió la manzana) dicho fin es el único camino.  Así ocurrió con la ex secretaria ejecutiva del Fondo del Libro, Tatiana Acuña, que después del numerito twittero, donde amenazó a Camila Vallejo, raudamente debió dejar su cargo para evitarle a Chile vergüenzas a nivel mundial.  Por lo menos a ella le quedó clarito el adagio presidencial de que “en la vida nada es gratis”.

Un final más cercano, acá mismo en Puerto Montt, fue el de la Seremi de Economía, donde los “gallitos” entre ella y el Ministro de la misma cartera dejó claro que donde manda capitán no manda marinero y terminó por hundirle el barco con tripulación incluida.

Esto da cuenta una vez más que los finales son múltiples y los felices son escasos, sobre todo cuando el empoderamiento no viene de la ciudadanía, sino de un círculo de hierro que se sabe vigoroso y autoritario, como cuando “el fin justifica los medios”.

Conforme al DL 1086 promulgado en dictadura y modificado bajo el actual  Gobierno, este manifestante de rostro cubierto comete delito
Algo parecido a las eternas acusaciones del Ministerio Público en contra de manifestantes exaltados que deben enfrentar los (des) criterios de la Fiscalía, que como polillas sobre la llama,  se empeña hasta el paroxismo en demostrar cómo las botellas portadas por los detenidos en Puerto Montt “podrían usarse para crear bombas molotov”, o que los líquidos derivados de los hidrocarburos (que a cualquiera le suena como bencina) no era más que pintura, así como la tela portada en las mochilas para fabricar mechas, eran bufandas pa´l frío, de tal suerte que ante la palurda desprolijidad de los acusadores el fin llega de la mano de la sensatez cuando el juez declara ilegal dichas detenciones.


Es que la convicción de Frank Sinatra por hacer las cosas “A mi manera” puede ser recurso del canto pero no de la legalidad, que aunque pobre e ilegítima en algunos casos, es el referente a seguir o modificar en aras de cumplir la voluntad de los ciudadanos, que claman por una participación distinta a la heredada,  porque ésta simplemente se agotó y desde hace décadas no representa el sentir nacional:  Nueva Constitución, fin al binominal, educación gratuita, sin lucro y de calidad, son sólo algunas consignas del clamor nacional. 


Imagen del carabinero infiltrado en las protestas estudiantiles

Hay que dejar que los videntes vaticinen las iras divinas, guerras, o destrucciones naturales a la pinta de ellos, pero algo muy distinto es que las autoridades “democráticas” manipulen a su antojo antiguos resabios de facto, (como el manoseado DL. Nº 1086) cual entronados dictadores: Fin a los encapuchados resulta tan déspota como inútil, porque deja en evidencia el único fin de desprestigiar y criminalizar el movimiento estudiantil.  No olvidemos que la inmensa mayoría de los estudiantes marchan pacíficamente, y que los desórdenes son causados por elementos ajenos a las mismas y en algunos casos por infiltrados con la clara intención de entregar al gobierno la excusa para prohibirlas.   Tampoco olvidemos que la dictadura puso fin a las protestas en la primavera de Jarpa y los hechos dijeron otra cosa, a pesar de los 26 muertos en una noche.  Nadie pide permiso para cambiar la historia.

Alcalde de Santiago que pidió los militares en las calles
Así las cosas, cuando el movimiento lejos de rendirse se fortalece, y exige un planteamiento claro del Ejecutivo en relación al lucro, no faltan las voces destempladas que aparecen como la sombra del cuervo revoloteando las espaldas de la historia:  Mano dura, aumento de penas, y si la policía no alcanza “habrá que sacar a la FF.AA. a la calle”.  Sin duda el Alcade Zalaquett vive su propia versión de “A mi manera”.   (Convengamos entonces, de lejos, que el Zalaquett de Kramer es harto mejor que este).

Isaac Asimov, describía en 1955 en su novela “El fin de la eternidad” el temor a una sociedad gobernada por las máquinas computantes, pero bajo una firme convición:

“…sólo el ejercicio de la libertad por parte de las sociedades y la especie humana -con su cortejo de éxitos y fracasos- asegurará su desarrollo futuro; la restricción en el ejercicio de la libertad se traducirá a mediano o largo plazo en decadencia.”




Gabriel Reyes,
Cónsul PPdM para Puerto Montt.
http://gabrielreyeschile.blogspot.com

1 comentario:

  1. discrepo en una cosa, no son autoridades democráticas (algunas están elegida a dedo), y no son "antiguos" resabios de facto, son propios de esta autoridad actual...."llamar a los militares"..."pedir el asesinato de una dirigente"...botones para la muestra....

    Un abrazo fraterno broter

    ResponderEliminar