jueves, 18 de octubre de 2012

¿CRISIS FOTOGRÁFICA?




Se puso de moda luego del Te Deum ( A ti Dios) de fiestas patrias, cuando Monseñor Ezzati dijo que algo no andaba bien entre los chilenos y la causa no era otra que esta crisis de confianza entre el gobierno y los ciudadanos, entre los ciudadanos y los conciudadanos, y entre los conciudadanos y los re-contra ciudadanos, de manera que por culpa de esta crisis los pobres eran pobres y los ricos más ricos.

No sé si concuerdo con monseñor, pero lo cierto es que las crisis son las culpables de casi todo, las hay desde las morales hasta las circunstanciales, las de representación y las evolutivas, y hablaron de ellas desde Heródoto, pasando por Plutarco, Sófocles e Hipócrates, por lo que enumerarlas aquí sería a estas alturas francamente inoficioso.

Ellas le pueden a uno cambiar si no la vida, al menos la perspectiva de mirar el mundo, el cual se supone rutinario y a veces hasta aburrido, o de cómo por culpa de estas crisis,  el mundo que normalmente nos rodea puede vernos con otros ojos, porque de un momento a otro ya no somos dignos de confianza o mejor aún, de indiferencia pura, esa que nos hace transitar por la calle como una hoja anónima sacudida por el viento de otoño,  sin amigos, sin compañeros, pero sin la policía detrás, o sin la perorata del cobrador de turno, porque a menudo las crisis financieras nos apretan más de lo deseado y de verdad quisiéramos ser invisibles hasta que pase el  aguacero.  Claro que las pócimas secretas no son públicas –por desconfianza digo yo- entonces no queda más que abordar de nuevo el barco y seguir remando hasta salir a flote.

Pero estas crisis, que separan y dividen, nos obligan a mantener el espíritu crítico y de alguna forma vamos impidiendo tragarnos  lo que se diga de manera rampante –en la prensa sobre todo- máxime si hoy por hoy más que nunca “el papel aguanta todo” y una de las mejores maneras de aguantar todo es no decir nada o darle al bombo con noticias que no son noticia de manera que en primera plana da lo mismo un  titular sobre si la educación será gratuita o si la belleza se toma el salón del automóvil. 

Pero esta crítica es la que va desbrozando los impíos matorrales de la contaminación periodística de manera que nos lleva a manejar elementos diversos y hacer criterio sobre la cosas, nos obliga a pensar y a producir análisis más reflexión, de manera que hasta es probable que en nombre de estas vapuleadas crisis emerjan mejores argumentos y buenas conclusiones, sobre todo en un país como el nuestro, donde si de crisis se trata han aterrizado casi todas sobre su larga faja, y las que no han dado de plano, al menos nos han zamarreado con sus coletazos.  Imposible olvidar la crisis asiática por ejemplo, o la gripe aviar y el sustito que nos obligó a andar con mascarilla hace solo unos añitos.  Las internacionales y las chilensis nos van poniendo dura la dermis, pero las que atacan la confianza debe de ser una de  las más severas que se pueden soportar.  Si no, por qué tanta tele y tanto titular juntos. 



 Pero sin lugar a dudas, aquellas caseras, esas que están aquí mismo a la vuelta de la esquina, las que no se notan, porque de tanta ocurrencia “pasan piola”, esas para mi son las peores.  Está bien si  sacamos fotos en la Línea de la Concordia, pero cuando te hacen saber que esa línea está a un par de cuadras de tu trabajo uno comienza a creer que las desconfianzas son apoteósicas, o que definitivamente algo poderoso nos separa como hermanos y como seres humanos.   Y ni siquiera  lo digo por las fotoshopeadas palomas con que nuestros candidatos ensucian a diestra y siniestra las ya saturadas calles porteñas, con mucho de imágenes y muy poco de propuestas, cuando no de insana e irresponsable demagogia.

Me ocurrió esta mañana en el “Banco de Todos los Chilenos” cuando tuve que hacer la fila de atención al cliente, una larga y serpenteada fila donde las personas éramos como anillos de una cascabel, movedizos, ruidosos, a veces cadenciosos y por último aburridos de la lentitud con que los cajeros van tragándose a sus distinguidos clientes.  Fue ahí cuando me abordó la fatal crisis de la lata.  Lateado entonces, comencé a  mirar las otras filas que se deshacían como una tenia, segmento a segmento.  Muchos de ellos con sus caras metamorfoseadas por quien sabe cuántas crisis internas.  Me lo decían sus expresiones, sus ojos perdidos en los hoyos del techo en reparaciones, sobre todo esa actitud laxa de cuando los cuerpos están en un lugar físico pero sus mentes deambulan muy lejos del mismo.  Así,  como en las grises paredes de los hospitales públicos.     

Estaba en eso, cuando de pronto mi vista tropezó con un letrerito anaranjado pegado en una columna cercana, donde alegremente anunciaba:  “Queremos entregarle un mejor servicio.”  Era un letrero destacado adosado a la parte clara de la columna, de manera que resaltaba en el  interior.  Había sido puesto allí intencionadamente, a la altura de los ojos, para que todos pudieran verlo, así como el “merchandising” de los supermercados para los productos destacados, esos mismos que pagan por estar ahí tan cerca de los sentidos humanos.  Eso fue suficiente para llamar a “Los relojes blandos” de Dalí.  

Esa pugna entre lo consumible y lo sustancial contraponiéndose a la dureza de lo impenetrable, a la dureza de la realidad:  Dos cajas abiertas y siete u ocho cerradas.  Y un reguero de personas en la indiferencia del realismo.  A fin de cuentas solo son números, dígitos que crepitan en el fuego frío de los estados de resultados y que no ameritan la gentileza de otros cajeros atendiendo sus demandas.  De ahí la displicencia de un letrero mentiroso que se burla de los más humildes, porque ese es el segmento que atiende el banco otrora de todos los chilenos.  De ahí a la crisis conciente del mundo de los sueños solo un paso.

Saqué mi celular y apunté a la columna como quien pone en la mira una víctima indefensa y disparé contra el letrero.  (Aclaro que salió tan movida que no fue posible subirla, pero cualquiera que pase por el centro puede verlo).

Lo más probable es que entre el cemento y yo hubiera un hito invisible que comprometiera la seguridad nacional, porque raudamente cual astutos y sagaces celadores se me acercaron dos uniformados azules con cara de desconfiados para consultarme en un tono  más imperativo que interrogante si es que este ciudadano estaba cometiendo el ilícito de tomar fotografías, lo que estaba “terminantemente prohibido”.

-Es que no se puede- me indicó el guardia más alto, quien poniendo cara alargada y la boca apretadita (difícilmente para darme un beso, porque pinta de gay no tenía, tal vez para verse más grave y circunspecto) me indicó con ínfulas de superioridad que él era el “jefe de seguridad”.
-Porque está prohibido reiteró.

Ante la contundencia y la claridad de la respuesta, y debo confesar que algo confuso por la ardora del argumento, resbalé a la tentación de preguntar si los temores de aquel acto deleznable eran por si podría ser utilizado en un asalto, ante lo cual no dudó en contestarme: “claro que si, y ya sabemos a quien nos vamos a dirigir en caso de”.


El asunto es que en menos de un minuto había pasado de ser un distinguido cliente a un potencial  sospechoso de un asalto, y por qué no, hasta de un probable secuestro de alguna primaveral secretaria –porque lindos ejecutivos acá no hay- o  lo que es más grave aún, hasta de un probable y macabro atentado terrorista donde las víctimas podrían ser trabajadores, oficinistas y señoras con guagua.

Está claro que estas crisis de desconfianza están atacando el corazón de los chilenos.  Y como dijo Aristófanes mucho antes de Cristo:  “La desconfianza es la madre de la seguridad.” y aquí –en Chile- la seguridad es el alma máter, la piedra angular que garantiza el funcionamiento del país, si no, para qué tanto despliegue policiaco en comunas tan pequeñas como Ercilla, donde de puro desconfiados se utilizan carros celulares, lanza-aguas, zorrillos, guanacos, helicópteros y tanquetas desproporcionadamente.  Tal vez al ministro Hinzpeter le reverbera demasiado las palabras del poeta peruano Micky Bane cuando dice que “No confíes ni en tu sombra. Y si tu reflejo en el espejo aparece sospechoso, dispárale.”  Pura desconfianza, digo yo.

También me queda claro que el poder de las cosas sobrevivirán a los mortales y sus sentimientos, que en el universo de esas cosas que antes eran platos o guitarras, ahora están también los bancos, las sociedades sin rostro, las filiales trans-nacionales y el oscuro mundo de   
la especulación financiera.

Ya lo intuía la Nobel Polaca Wislowa Szymborska en su poema Museo:


Hay platos, pero no apetito.
Hay anillos, pero no amor correspondido,
desde hace al menos tres siglos.

Hay un abanico, pero ¿qué fue del arrebol?
Hay espadas, pero ¿qué fue de la ira?
Y el laúd no suena entre dos luces.

(Fragmento)



Gabriel Reyes.
Cónsul para Puerto Montt
de Poetas del Mundo
Chile.