martes, 19 de julio de 2011

HIJOS DE LA TRANSICION

¡Hijo de tu madre!  Era la manera suave de recordarle a un hijo de buen vecino la facilidad con que se puede invocar los orígenes humanos más recientes de cualquiera, posibilidad que nos incluye también a nosotros, frágiles depositarios de la elocuencia.  Misma elocuencia que por muchos años pareció sumida en el fondo de un lánguido sopor ciudadano, tal vez porque los hijos de la dictadura acuñaron el sello de los temores más ocultos y era casi una  receta de buena salud seguir en el tren del claroscuro, donde si bien  la claridad es insuficiente, al menos la ausencia de oscuridad total permitía transitar sin demasiados chichones en el camino.

Durante muchos años, décadas, nos auto impusimos transitar sin mirar demasiado a los demás, cada uno detrás de su propia cerca, como si ello fuese garantía de problemas menores sin considerar que otros con algo más de osadía nos llevaban la ventaja de algunos horizontes más definidos, de aires renovados, algo así como los hijos del arco iris.

Muchos fuimos seducidos por la olla de oro que se alcanzaría si lográbamos aunar esfuerzos para llegar hasta el final de aquel prisma encantador, y después de tanto arar en el mar, por fin esbozaríamos una sonrisa tan amplia que cabría Chile dentro de ella:  Nacían entonces los hijos de la alegría bajo un gobierno esperanzador.

Bueno, todos sabemos que la alegría se hizo humo, contribuyendo a la densa capa de smog que cubre todo el país, no sólo aquel que irrita los ojos y la garganta en los días de pre-emergencia santiaguina, sino uno más brutal que cubre los corazones, una contaminación más perversa que no sale del alma con cualquier vientecito cordillerano.  Claro, porque después de décadas de enclaustramiento, de apatía por las cosas que de verdad debieron interesarnos, luego de años de ostracismo participativo, del bombardeo inmisericorde de un mercado sediento capaz de vender hasta su madre, donde la permisividad de los gobernantes de turno dejó tender un seudo manto de legalidad  sobre las cosas más caras del alma nacional, saboreamos el trago amargo de la indiferencia, de una derrota subclínica, donde las heridas se alivian falsamente con un gol de La Roja.

Estos hijos de la alegría fueron el caldo de cultivo de los nuevos emprendedores, cuando la transición hurgaba nuevas formas de generar confianzas, riqueza urdida a costa de la miseria, porque claro, el lenguaje técnico de los nuevos políticos y de la nueva clase de emprendedores no estaba al alcance de cualquiera.  Había que dominar la esencia, el espíritu de la nueva empresa, que era la misma vieja empresa recibiendo en su seno a los nuevos y más vivos negociantes.
  
Pero la puntería no estaba para el boliche de la Sra. Juanita, ahora los negocios eran en grande, porque era como quitarle un dulce a un niño.   Eso es lo que ocurre cuando un país entero está desinformado, y sobre todo “despreocupado”.

Bajo ese alero se negociaron las aguas al sector privado, la luz eléctrica, la telefonía; la desregulación aplaudida por la Sofofa, la minería  y la banca, felicitaban a los renovados de turno hasta con canción de cumpleaños incluida.  (como en los mejores tiempos).

Pero algo más estaba pasando, se ingeniaron una seguidilla de instancias educacionales, una seguidilla de “oportunidades” crediticias para que se abriera la anhelada opción a la educación superior. 


Aquello que a primera vista parecía un logro, aquello fraguado a la usanza de la vieja ley del embudo, por los mismos que pregonaban la alegría, pronto comenzó dejar entrever las inconsistencias entre el discurso y la realidad:  Familias endeudadas por décadas, aranceles abusivos que emulan fácilmente la antigua recaudación de impuestos romana, decepción infinita, dolor iracundo por la amputación de los sueños de miles de jóvenes chilenos.  Por eso salieron a la calle el 2006, y una vez más las viejas prácticas dilatorias.


Por eso están de nuevo movilizados, pero esta vez creativos, intransigentes, y sobre todo informados, no quieren ser tomados a la ligera, ni siquiera con enroques ministeriales, quieren decirles a estos hijos de su madre, que saber es poder, que Chile también se mueve y es parte del cambio global, no esta vez.

Estos jóvenes hacen hoy lo que nosotros no fuimos capaz de hacer:  Echarle a perder el negociado a los inmorales, a los políticos empresarios (arcaicos y renovados), a la banca usurera, luchar por ellos mismos y por los que vendrán, ellos son los hijos de la transición, una  expresión viva e indignada de una transición inconclusa, que nosotros dejamos pasar con el más grande los pecados incluidos: el de la omisión.  

2 comentarios:

  1. Felicitacones compañero Juan, muy buena vuestra página, ya estaremos opnando más in extenso.
    ABRAZOS NERUDIANOS.

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  2. Felicitacones compañero Juan, muy buena vuestra página, ya estaremos opnando más in extenso.
    ABRAZOS NERUDIANOS.

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